El problema de la deuda
El milagro económico alemán de la llegada de Hitler al poder se realizó en un periodo de 5 años (1933-38). El PIB aumentó un 50 por ciento y el desempleo descendió en 6 millones de parados (43.8 por ciento de tasa de paro) a menos de 800.000 parados. La economía alemana ocupó otra vez la cabeza de las europeas, lo que le granjeó la admiración y el respeto de los líderes mundiales. El aspecto negativo de este milagro alemán fue que el principal cliente de la industria era el propio Estado, que se financiaba endeudándose. En el año fiscal 1933-34, Alemania ingresó 6.800 millones de marcos, pero gastó 8.900 millones. En el 1938-39, ingresó 17.000 millones, pero gastó 32.000 millones. Más de la mitad en armas. En vísperas de la guerra, la deuda acumulada era de 41.000 millones de marcos. Tarde o temprano esa burbuja tenía que estallar con imprevisibles circunstancias. Consciente de ello, Hitler salió del atolladero, primero confiscando los bienes de los judíos, y después, saqueando las reservas bancarias de los países invadidos y explotando a millones de trabajadores extranjeros en situación de esclavitud.
La situación ahora mismo no es igual, pero rima. Decía Antonio Gramsci que la crisis consistía en que lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer, y en este terreno se verifican los fenómenos morbosos más diversos. Continuaba: “Si la clase dominante ha perdido el consenso, entonces deja de ser dirigente para ser únicamente dominante, detentadora de la pura fuerza coercitiva, lo que significa que las clases dominantes se han separado de las ideologías tradicionales, no creen más en lo que creían antes”.
Yo creo que estamos ahora mismo en uno de esos momentos, aunque no nos demos cuenta y sigamos pendientes de si las gambas tienen suficiente ajito o no, o si la cerveza está más o menos fría. Parece que no pasa nada, pero ocurre lo mismo cuando un elemento físico varía de un estado a otro. Parece agua, luego empieza alguna burbujita dispersa hasta que a medida que unas moléculas rozan con otras todo se pone en ebullición. Las causas y efectos son complejos y se superponen en muchos casos, las intentamos focalizar en un momento o lugar determinado, pero tiene características mundiales ahora más que nunca en la historia. Dio sus primeros pasos con la gran crisis financiera del 2008, pero no ha dejado de mostrarse inestable desde entonces. El proceso de globalización había permitido un periodo de tranquilidad en la que se trasladó la producción de manufacturas a China y otros países asiáticos, permitiendo aumentar los márgenes de las empresas que empezaban a producir de forma más barata, permitía generar divisas a estos países que a su vez invertían en deuda pública de los países desarrollados a tasas increíblemente bajas y que para concluir el círculo virtuoso permitía a los consumidores europeos y americanos acceder a muchas manufacturas a precios de ganga. Todo el mundo feliz. A la crisis del año 2008 se respondió con emisiones ingentes de deuda por parte de los Estados. Esta deuda la compraban a manos llenas los Bancos Centrales, que a su vez bajaron los tipos de interés hasta niveles nunca vistos, incluso se “comprobó” las bondades de los tipos de interés negativos. Había que pagar por el privilegio de prestar dinero. Se inundó el mercado de liquidez. Había dinero para todo a medida que aumentaban sin freno los déficits fiscales y se disparaba el stock de deuda. Cuando parecía que ya era suficiente, la llegada del Covid hizo que los que tenían martillos vieran clavos por todos lados, y se doblaron los balances de los Bancos Centrales. Se tenía mucho miedo al estar encerrados, y la bomba de gasolina no dejaba de verter combustible. Los teóricos de la Teoría Monetaria Moderna (otro fenómeno woke) decían que los Estados podrían emitir toda la deuda que quisieran porque siempre podían dar a la impresora para devolver sin más esa deuda con sus intereses. En cuanto la gente salió de sus casas, toda esa gasolina acumulada se vertió en la economía llevando a una subida de precios como no veíamos en varias décadas, a la pérdida de poder adquisitivo de las clases más precarias y al sentir los presupuestos públicos el peso de esa deuda acumulada, ahora a tipos de interés mucho más altos. Por el camino surgieron dudas sobre la globalización, se vio los problemas que conllevaba la dependencia exterior, tanto para el abastecimiento de las cadenas productivas como en el factor energía y las demandas en todos los países para ejercer el proteccionismo están presentes de forma generalizada.
El ejemplo más claro lo vamos a tener en las elecciones francesas de las próximas semanas, donde parece que las posiciones extremas van a dilucidar quién gobernará el país galo los próximos años, y sus derivadas al resto de Europa. ¿Pero son tan extremos los programas políticos? Realmente, no. Vemos como hay muchos puntos en común. El más claro revisar la última reforma de la ley de pensiones de Macrón para volver a la jubilación a los 60 años para los que hayan cotizado 40 años. Ambos extremos coinciden en un Estado de Bienestar amplio y generoso, y la única discrepancia es en quién tiene ese derecho a ese beneficio, siendo los inmigrantes el factor diferenciador. Coinciden también en el papel fundamental y proteccionista del Estado en la Economía. Digamos que defienden un Estado de Bienestar chovinista. También coinciden en su alejamiento de las élites que han gobernado Francia desde la IIGM. Buscan ambas partes el voto obrero y el de los “perdedores de la globalización”. Ambas partes defienden una expansión del gasto y una reindustrialización del mercado nacional protegido frente a la competencia exterior. La extrema derecha aboga también (como el partido socialista en España) por la creación de un fondo soberano con la doble misión de proteger los sectores empresariales nacionales de fondos buitres u otros fondos soberanos que realicen adquisiciones hostiles de sectores que comprometan el interés nacional sobre todo en Defensa y Energía. Se diferencian en el tema de impuestos, con los de Le Pen alentando bajadas de impuestos, y financiando el déficit con un recurso al endeudamiento por medio de la generalización del crédito barato (lo de no cuadrar las cuentas públicas ya vemos que no tiene signo político). Remarcan también su protección a la propiedad privada con un programa de creación de empleo basado en la inversión, el aumento de las pensiones y la recuperación del poder adquisitivo de los funcionarios, con un incremento de la oferta monetaria. Todo esto ayudado con una música de violines y flautas traveseras de fondo y con bailarines con coronas de laurel en la cabeza, echando pétalos de rosas a la multitud.
La cruel realidad es bien distinta. Si vemos las cifras de Francia nos encontramos conque en el último año se ha conseguido un déficit del 5.5%, la deuda ha alcanzado el 110% del PIB, y todo ello para conseguir un leve crecimiento del PIB del 0.4%. Para crecer 4 euros me endeudo en 55.
Si miramos un poco al futuro de las cuentas públicas, coincidiremos todos en que los puertos de montaña que hay que ascender son todos de fuera de categoría. Presupuestos en defensa más altos, gastos derivados del cambio climático y poblaciones envejecidas (con su doble vertiente de pensiones y gastos sanitarios) son elementos de la ecuación que nos encaminarán tarde o temprano a la voladura de toda la arquitectura creada en los últimos 80 años. Si seguimos votando a aquellos que se mueven divinamente en el terreno de las promesas fáciles que con el tiempo se revelan como melancólicas y alejadas de la realidad, lo único que haremos es que esa voladura sea más temprano que tarde.
Solo hay que ver las cifras de la Comisión Europea cuando han presentado un proceso sancionador contra Francia y otros seis países por exceso de gasto. Para conseguir que el ratio de deuda sobre PIB alcance el 60% firmado en los convenios, tendríamos que tener un superávit primario del 2% los próximos 46 años en todos y cada uno de esos años… Teniendo en cuenta que en Estados Unidos hemos tenido el mayor endeudamiento de su historia incluyendo momentos bélicos o de recesión económica, se nos escapa cuando será el final de esta forma de ver el mundo, pero apostamos con claridad a que no tendrá buen final.
Eleanor Roosevelt era una mujer de carácter. Cuando comunicó al vicepresidente Truman, que su marido el presidente Franklin Roosevelt había muerto, éste le preguntó conmocionado: “¿Hay algo que pueda hacer por ti? – Por mí, nada-respondió ella-. El que tienes un problema eres tú.
Buena semana,
Julio López Díaz, 26 de junio de 2024