Max Planck
Había una historia que se la he oído más de una vez a Charlie Munger sobre Max Planck y su chófer. Max Planck era un físico que ganó el Premio Nobel en la segunda década del siglo XX. Viajó a lo largo de muchos campus norteamericanos dando siempre el mismo discurso una y otra vez sobre física, acompañado siempre por el mismo chófer. Un día, el chófer le dijo: “He oído tantas veces el mismo discurso que no tengo la más mínima duda que lo puedo dar yo mismo”. “Ok” le dijo Planck, “Hazlo”. El chófer se levantó, se encaminó al atril y dio un perfecto discurso, incluso mejor que el propio físico. Luego en el turno de preguntas, contestó a un gran número de las mismas tal como las había oído infinidad de veces. Entonces alguien hizo una pregunta para la que no tenía respuesta, para lo que no se le ocurrió otra cosa que decir: “La respuesta a esa pregunta es muy fácil. Dejémosle a mi chófer que le responda” apuntando a Max Planck, al que nadie conocía físicamente.
¿Esto cómo se puede aplicar en los mercados? Vemos en la historia que hay dos tipos de conocimientos, lo que sabe el chófer y lo que sabe Max Planck. Lo que sabe el chófer es lo que ha leído u oído infinidad de veces y puede recitarlo. Parece que es un discurso armado y coherente cuando hablas, pero la forma en que se adquirió ese conocimiento no fue a través de la propia experimentación, sino a través de la repetición de algo que no tenía porqué comprender. Mucha gente se une a tendencias en el mercado sin haber estudiado antes la compañía y amparado en cuatro vaguedades o en la fe que le pueda tener a uno u otro gestor. No ha habido un trabajo previo de desarrollar un modelo propio que llegue a unas conclusiones que nos haga tomar la decisión de si comprar o no un determinado valor.
Algo de esto está pasando con la Inteligencia Artificial, que en muchas cosas está siguiendo el mismo patrón de lo que sucedió con Internet a finales de los noventa, principios de este siglo. Todo el mundo habla, pero realmente quién sabe o quién se limita a hacer refritos es difícil de dilucidar. Están más o menos claras sus virtudes a la hora de canalizar acciones repetitivas, desde elaborar una demanda judicial normal a repetir labores administrativas. Lo que dudo es que el concepto inteligencia se pueda aplicar en toda su extensión. No hay creatividad ni soluciones originales. Lo que hay son soluciones estadísticas acumuladas recogidas de millones de páginas de internet que son extrapoladas para conseguir una respuesta probable a una pregunta al azar. Como dice Noam Chomsky, hay que dejar de llamarlo Inteligencia Artificial y llamarlo por su verdadera denominación “Software plagiador” porque no crea nada, sino que copia trabajos ya existentes de otros autores, modificándolos para escapar a las leyes de copyright.
Desde luego que hay empresas que se están beneficiando de esta fiebre. El crecimiento de los resultados y las ventas de Nvidia han sido espectaculares multiplicando por tres sus ventas y por siete sus beneficios. El que ha jugado en el valor se ha visto claramente recompensado. Otra cosa es que el crecimiento se vaya a mantener a esas tasas de forma infinita. El mercado piensa que doblará sus beneficios para el año que viene doblando ventas y manteniendo márgenes ebitda del 65%. Lo que me entran dudas es de si sus principales compradores (las otras empresas de los 7 magníficos) pueden doblar también sus capex. De momento hemos tenido esa fase en la que todo el mundo paga para no quedarse fuera sin mirar la cuenta de resultados, y si les rentará realmente toda esa inversión, y repitiendo muchas veces las palabras inteligencia artificial en sus memorias de actividades porque saben que el mercado les recompensa por ello. Incluso va alimentando a nuevos sectores como el de electricidad cuando empiezan a publicarse las descomunales necesidades energéticas de los ordenadores para hacer correr los nuevos chips. El aburrido sector eléctrico está entre los tres sectores con más revalorización en lo que llevamos de año en el mercado norteamericano. Microsoft reportó hace poco que está planteando la construcción de un super ordenador (Stargate) de 100.000 millones de dólares que necesitará la exclusividad de varias centrales nucleares para su funcionamiento.
Es difícil escuchar a alguien en el mercado que apueste de forma unívoca por una caída en los mercados. Han sido muchos los tortazos en la última década como para pontificar lo contrario. Como ya hemos comentado en los últimos meses, las valoraciones extremas que estamos viendo necesitan también que se le unan otros mecanismos internos del mercado para que se rompan las tendencias alcistas de los mercados, y de momento siguen sin corroborarlo. Se mantienen líneas de tendencia, se han incorporado nuevos valores a hacer nuevos máximos y los bazookas de liquidez siguen bombeando a toda presión. El Tesoro americano ha vuelto a inyectar casi 240.000 millones de liquidez en el último mes, cuidándose muy mucho de que acudamos a las elecciones de noviembre con problemas en los mercados de valores que acrecienten los problemas de Biden por la geopolítica. El único “marcador” que está a punto de girarse es el que mide el grado de avaricia de los inversores, que está ya en territorio extremo, y que hemos podido ver plasmado en el último mes con la vuelta a la sobre especulación en los meme stocks.
Esta divergencia de indicadores complica muy mucho la gestión de nuestra cartera, y nos está haciendo limitar las apuestas y el grado de exposición a las mismas. Hemos reducido nuestra exposición a India tras un comportamiento espectacular y también hemos cerrado totalmente la posición compradora que teníamos desde febrero en China. También hemos vendido dos tercios de la posición en bonos americanos a largo plazo tras comprobar que no termina de controlarse la inflación ni reducirse el gasto público desmedido que hace aumentar de forma importante la oferta de papel de los Estados. No confiamos mucho en rupturas abruptas alcistas de los mercados.
Como decía Madame de Stäel, el desengaño camina feliz y sonriente detrás del entusiasmo.
Buena semana,
Julio López Díaz, 30 de mayo de 2024