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Catalina

Catalina

Julio López Díaz 29 Jun 2022

Hay una frase que repetían todas las madres cuando veían que los hijos no hacíamos mucho caso ¡Que si quieres arroz, Catalina! que yo no sabía de dónde venía y me puse a investigar. Parece que el dicho tiene su origen en los remotos tiempos del reinado de Juan II de Castilla, allá por la primera mitad del siglo XV. La tal Catalina habría sido una especie de curandera, esposa de un judío converso residente en León, y mujer aficionadísima a los condumios de arroz, un cereal del que hablaba maravillas en cuanto a sus propiedades salutíferas y profilácticas. Según ella, no había dolencia o mal para el que el arroz no tuviera alguna sustancial ventaja terapéutica y en esta personal cruzada arrocera fueron pasando loa años hasta que Catalina enfermó de gravedad. Familiares y amigos, sabedores de su fe arrocera, se llegaban hasta el lecho para ofrecerle el remedio que durante tanto tiempo ella misma había elogiado. “¿Quieres arroz, Catalina?”, le repetían uno tras otro sus deudos, pero la buena mujer, más cerca de allá que de acá, no tenía ya fuerzas para responder a la oferta. Ellos y ellas, quizá pensando que la enfermedad le había afectado al oído, llegaron a gritarle a coro: “¿Que si quieres arroz, Catalina?”. La moribunda guardó silencio hasta que le llegó el momento de exhalar el último suspiro, por lo que la pregunta pasó al acervo popular como exclamación que simboliza que alguien pasa olímpicamente.

En los mercados financieros, el arroz beneficioso para todas las cosas eran las bajadas de tipos y las intervenciones de los Bancos Centrales aumentando liquidez, pero ahora el arroz, como el resto de las materias primas, está por las nubes y eso nos ha dejado en un cruel desamparo.

La situación en los mercados sigue siendo bastante confusa, y las previsiones que vemos sobre lo que puede acontecer bastante volátiles. Las encuestas a los consumidores siguen reflejando un futuro bastante desolador, y pintan un escenario bastante negro. Pero sorprendentemente, los analistas siguen vaticinando subida en las estimaciones de beneficio para las empresas y que los márgenes empresariales seguirán en máximos históricos. Se parece a esas encuestas que hace el CIS que cuando preguntan por cómo ven la situación económica, todo el mundo dice que horrible, pero cuando preguntan por la situación económica personal del encuestado los datos salen mucho más optimistas. ¿A qué se agarran los optimistas? Pues que la inflación está a punto de hacer pico, que las subidas de intereses serán intensas pero cortas para luego bajar de nuevo y que la tendencia positiva de recuperación que traíamos compensará a las otras variables, evitando que caigamos en recesión. La bajada de múltiplos sobre beneficios ha dejado las valoraciones atractivas y el negativismo del mercado se transformará cual Ave Fénix en nuevas alzas a la vuelta de la esquina. Si miramos el precio de muchas materias primas, llevan ya corrigiendo de forma amplia un par de meses, y el efecto base hará que muchos precios estén pronto igual que hace un año y luego empezarán a disminuir a medida que se compare con precios más altos. Estamos viendo como la madera ha caído ya un 50% desde su alto o como el cobre está a niveles de febrero de 2021. También los fletes de barco están casi un 50% más bajos que en septiembre. El empleo sigue estando en buena forma en la mayoría de las economías y eso da colchón a los consumidores. Los datos reales de muchos indicadores económicos reflejan cierta ralentización, pero para nada que estemos a las puertas de una recesión.

Si queremos ser negativos tenemos también un amplio abanico de razonamientos. Si bien es cierto que la inflación proveniente de alimentos y energía podría empezar a ralentizarse, no es menos cierto que las inflaciones subyacentes que excluyen esos componentes sí parecen estar incorporando los nocivos efectos de segunda vuelta a la cadena de precios. La subida de tipos de interés supone un mayor gasto para los Estados que tendrán que restar de alguna parte. No debemos olvidar que el gasto público ha sido uno de los mayores contribuidores a la subida de los PIB. La manga ancha que han tenido los gobiernos europeos para gastar después del Covid se parará y afectará a la economía. El empleo, aunque está en buena forma, suele ser un indicador retrasado de la situación económica.

En fin, que los mercados se moverán arriba o abajo en función de cual de estas dos explicaciones tenga mayores defensores en cada momento. La situación actual se sigue comparando con los años 70 (subida de materias primas, alto gasto público después de la Guerra de Vietnam entonces y el Covid ahora, la inflación no había sido un problema durante muchos años, etc..). Los tipos de interés se fueron muy por encima de donde el mercado está apostando ahora, pero el punto de partida era muy distinto. En Estados Unidos, por ejemplo, partían de una deuda sobre PIB del 40% y no del 140% que tenemos ahora, por lo que los efectos perniciosos de una mayor subida de tipos serían mucho más brutales en las circunstancias actuales (lo que sirve a muchos para descartar ese escenario).

Muchos clientes me comentan también que si no leyeran periódicos y se limitaran a valorar la situación económica por lo que ven en la calle (atascos de entrada a Madrid con la gasolina por encima de los dos euros, restaurantes llenos, precios de alquiler vacacional por las nubes) no se creerían que estamos a punto de entrar en recesión. Algo parecido vimos ya durante la última década del 2000. Toda la vorágine de los mercados de 2008, la gente de la calle la experimentó de forma brutal y repentina dos años más tarde. Eso nos hará ver que cuando los mercados financieros se empiecen a recuperar (ya veremos cuando) vendrá acompañado por que lo peor de la situación económica en la calle no se habrá visto todavía. Yo la respuesta a esta situación la encontramos en la tasa de ahorro. Las estimaciones medias de muchos analistas concretaban el ahorro de las familias españolas durante la pandemia en alrededor de los 600.000 millones de euros (principalmente por la imposibilidad de concretar la demanda en cosas que estaban cerradas). Pues bien, ese ahorro se ha consumido casi en su totalidad a principios de junio, y nos encontramos con la mayor caída de la tasa de ahorro en muchas décadas. Hemos pagado la subida de la inflación tirando de ahorro, pero veremos qué pasa a partir de ahora.

El siguiente punto de controversia es qué va a pasar con las primas de riesgo de la deuda de los países de la Eurozona cuando deje de intervenir el BCE comprando bonos. A diferencia que la Reserva Federal americana que tiene un mandato dual de empleo e inflación (incluso se queda corto y también tiene atribuidas funciones sobre el cambio climático y desde esta semana también el control de la “justicia económica y racial”), el Banco Central Europeo tiene un único mandato que es el de la estabilidad de precios. Mandato que históricamente se ha saltado a la torera, pero no parece que haya habido muchos remilgos por ello. La cuestión es cómo va a evitar que haya movimientos bruscos en la financiación de los Estados (como decimos, esto no es una de sus atribuciones, pero el lema de Salvar al soldado Euro lo convierte en un cajón de sastre de las soluciones) en un momento en el que tiene que limitar la oferta monetaria para luchar con esa inflación “momentánea” que tenemos.  De momento está empleando la política de las palabras que tan bien le fue a Draghi, pero veremos qué le va exigiendo el mercado. De momento ha parado la primera carga que llevó al bono a 10 años italiano al 4.20% y ahora se mueve en los 3.50%. Veremos hasta donde llega la flexibilidad en las compras de deuda de los activos que vayan venciendo y si se evita la fragmentación de los países. Hay que añadir que se termina la incondicionalidad de los Programas que se iniciaron en la pandemia, y que cualquier nueva ayuda tendrá la lupa aumentada de Bruselas (teóricamente)

En resumen, que todavía tenemos que limitar el tamaño de las apuestas que hagamos porque no tenemos muchas certezas a las que agarrarnos y las consecuencias actuales son derivadas de decisiones precipitadas por resolver problemas inmediatos. Es muy guay ser verde, pero a la vez nos sorprendemos porque nadie haya invertido en refinerías en los últimos años. Al final, los gobernantes se apropian de aquella mítica frase de Groucho Marx: “¿Pagar la cuenta? ¡Qué costumbre más absurda!”

Buena semana,

Julio López Díaz, 29 de junio de 2022

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