Movimiento obligado
Todos aquellos que juegan saben el significado del concepto de movimiento obligado. Una pieza atacada, para no ser eliminada, solo tiene la posibilidad de hacer un movimiento dado y ocupar una determinada casilla. Lo que pasa es que cuando va a la nueva casilla, un nuevo movimiento del adversario la hace intentar repetir un movimiento de evasión igual de obligado que el anterior y así sucesivamente. El jugador no ve la encerrona en la que se está metiendo, solo intenta dar una respuesta al siguiente movimiento, sin pensar en lo que viene a continuación.
Estamos viendo como los encargados de la cosa económica han caído en esta trampa. Llevamos desde la crisis de 2007 dando soluciones inmediatas a asuntos, sin ver lo que viene después. La historia nos dice que los grandes problemas son consecuencia de intentar solucionar a corto plazo otros, sin ver las derivadas futuras de la misma decisión. Entiendo que atinar con la proporción y llegar a un equilibrio es sumamente difícil, pero estamos viendo que los problemas actuales son derivados de intentar salvar bolas de partido y para ello tener que correr 400 metros en cada punto. Salvas el punto, pero estás extenuado para el siguiente.
El problema de la pandemia era evidente, pero también lo era que la conjunción planetaria, que diría Leyre Pajín, de una expansión fiscal y monetaria sin parangón histórico iba a desembocar en creación de burbujas y una inflación desbocada. Las políticas monetarias de los bancos centrales llegaron a dedicarse exclusivamente a una definición muy estricta de la inflación, ignorando los riesgos potenciales que estaban creando. Discutiendo durante el último año sobre si eran galgos o podencos los riesgos inflacionistas, han hecho una dejadez absoluta de sus funciones y ahora se presentan aterrados ante la situación creada por su error de diagnóstico. Los gobiernos, atraídos por los cantos de sirena de los mamarrachos de la Teoría Monetaria Moderna, pensaron que podían endeudarse ilimitadamente sin tener que afrontar consecuencias negativas. Han endeudado hasta las cejas a los Estados y ahora se topan (palabra de moda) con la dura realidad y sus límites.
Toda buena intención tendrá su justo castigo. Según escribo, leo una frase en Bloomberg de Luis de Guindos: “La inflación seguirá subiendo en los próximos meses”. Tengo guardadas frases de hace unos meses en las que se remarcaba la palabra transitoria. Es curioso el tema del uso de adjetivos, ¿Quién los inicia? ¿Cuánto tiempo pasa hasta que todos los que salen diciendo algo, los sigan utilizando? ¿Se pueden patentar o recibir derechos de autor? Son curiosos los mecanismos de la mente y el lenguaje; alguien inicia un mensaje y todo el mundo se apodera de él. Ayer no lo conocíamos y hoy no se nos cae de la boca. De un día para otro, Powell habló de inflación transitoria y al día siguiente todos los Bancos Centrales del mundo repetían el mismo estribillo sin analizar nada más. La caída de San Pablo del caballo, pero a escala mundial. Ni uno discrepó del mensaje original.
Estoy leyendo estos días el libro “Hitler y Stalin: Dos dictadores y la segunda guerra mundial” del británico Laurence Rees. Y me quedo grabado un párrafo:
“Cuando Hitler decide atacar otros países, convergen varios factores para su decisión, pero un aspecto clave era la magnitud de su ego. Estaba obsesionado en que era él, el factor clave para la marcha histórica de Alemania, con lo cual, la guerra debía empezarse mientras él fuera joven. Una de las razones para llevar a millones de personas a la guerra era su preocupación por su propia longevidad. En 1939 fue Hitler en persona el que decidió que Alemania tenía que invadir Polonia. Y fue Stalin -Stalin en solitario- quien decidió pactar con la Alemania nazi”
Por eso se hace tan difícil de prever como funciona el mundo. Al final hay la iluminación de un líder, y todos los demás le siguen. Cambio la posición sobre el Sahara un viernes por la tarde (sin entrar a juzgar el tema) y al día siguiente tienes hasta el último paniaguado del partido justificando el argumentario, cuando el día anterior justificaban de forma religiosa lo contrario. No existe la discrepancia, solo la voluntad de supervivencia de cada uno de sus miembros. Esto no es un tema partidista, algo semejante hemos visto en el PP con la aniquilación de Pablo Casado. Hay una máxima taoísta: “Si todo el mundo piensa lo mismo es que nadie piensa”. O su segunda derivada, que alguien lo hace por ti.
Estas “creencias” también se inflan y desinflan en los mercados financieros. Una de las razones de la inestabilidad inherente al sistema financiero es el comportamiento humano. Todas las instituciones financieras están a merced de nuestra inclinación innata a oscilar entre la euforia y el desaliento; de nuestra recurrente incapacidad de protegernos frente a los riesgos de cola; de nuestro perenne fracaso a la hora de aprender de la historia. Lo que no queríamos hace diez días, ahora estamos dispuestos a comprarlo un veinte por ciento más caro. Justificar estos movimientos escapa a la lógica y no merece la pena explicarlos.
Ahora mismo todo el movimiento en los mercados es una derivada de lo que pasa en los mercados de opciones, y es más de gestión de la avaricia y el miedo que de valoración de activos. Como dice Carlos Barceló, no es el perro que mueve la cola, sino la cola que mueve al perro”. Todo se basa en los movimientos que hacen los creadores de mercado para cubrir sus riesgos de gamma, por eso vemos movimientos muy abruptos cuando se pasa de gamma negativa a positiva. En el primer caso, cada vez tienen que vender más acciones y en el segundo caso tienen que comprar. No miran el concepto de caro o barato.
Siempre se había hecho el símil de la inflación con un tubo dentífrico. Una vez que sale la pasta es muy difícil volver a meterla, y el miedo hace ahondar el problema. Ahora mismo sobre todo es un problema de oferta, con lo que subsidiar la demanda lo único que hace es aumentar aún más la escalada de precios. Lo estamos viendo en estos momentos con la bonificación fiscal de los carburantes, que está repercutiendo antes de comenzar en una subida del precio final del producto, que minorará de forma clara ese gap de 20 céntimos. Lo mismo pasa con los salarios, si no pierden poder adquisitivo, vigorizan la inflación.
Igual que hemos tenido un periodo largo de inflación nula, no debemos descartar un periodo también largo de inflación elevada. Durante el siglo XVI, España inundó de plata el mercado europeo con la explotación de los yacimientos americanos. Durante la llamada revolución de los precios que afectó a Europa desde la década de 1540 hasta 1550, el coste de los alimentos que durante 300 años no había mostrado ninguna tendencia al alza sostenida, experimentó un notable ascenso. En Inglaterra se multiplicaron por 7 en ese periodo. La abundancia de dinero actúa como una maldición. Se eliminan los incentivos para una actividad económica más productiva. A pesar de la posición hegemónica española (o precisamente por eso) hubo tres bancarrotas durante el reinado de Felipe II, lo que sí nos alerta sobre los activos a evitar…
El final de la guerra seguramente pudiera amortiguar un poco los efectos perniciosos, pero no solucionar los horribles efectos de haber ido dejando la inversión real aparcada durante muchos años centrándonos más en recompra de acciones y otras ingenierías financieras.
En fin… como decía Ambrose Bierce: “Las guerras son los métodos que usa Dios para que aprendamos geografía”.
Buena semana,
Julio López Díaz, 31 de marzo de 2022