Aristipo
El filósofo estoico Diógenes dijo un día a otro filósofo cercano al poder, Aristipo:
- ¿Ves lo que yo hago? Si tú supieras alimentarte de coles, no tendrías necesidad de lisonjear a los grandes.
- ¿Y qué? -respondió Aristipo- Si tú supieras lisonjear a los grandes, no te verías obligado a alimentarte de coles.
El mundo no parece haber cambiado mucho en estos escasos dos mil trescientos años, y parece que, aunque nos sorprenda, el mundo puede ser interpretado de muy diversas formas, y ante un mismo hecho tener visiones no ya solo diferentes, sino completamente opuestas. Lo acabo de ver cuando he tenido la primera discusión mañanera con Juan Callejón, sobre si la expulsión del jugador del Atalanta fue o no justa. Muchas veces creemos tener la razón sobre las cosas y quizá solo estemos atrapados en algún tipo de sesgo, alimentado desde nuestro nacimiento. Lo mismo pasa a la hora de enfrentarnos a los mercados, que cuando más claro creemos tener una opinión sobre lo que va a hacer un determinado valor, más hordas tenemos enfrente que quieren demostrarnos nuestro error.
Venía a decir Howard Marks en su última carta, que ya comentamos hace un par de semanas, que la visión que tengas del mundo debe definir también en qué activos debes de concentrarte. Para dedicarte a las acciones, tienes que tener un carácter fundamentalmente optimista, y dedicarte a los bonos si no lo eres tanto. El problema lo tenemos los que todavía pensamos que los que se dedican a los bonos son también extraordinariamente optimistas…
Por ejemplo, en la situación actual, la palabra de moda es “reflection”. Hace dos meses era ESG. Siempre hay un líder de opinión que acaba creando tendencia y todo el rebaño sigue detrás. Ahora hay que comprar petroleras y bancos y olvidarte de todo lo defensivo, porque vamos a recuperar el tiempo perdido los últimos años en estas inversiones. Yo tengo todas las dudas del mundo sobre esta conclusión, pero también he aprendido a no ponerme en medio cuando los berracos andan sueltos y esperar algún tipo de señal de vuelta que confirme mis impresiones iniciales. Lo más difícil de los mercados es siempre intentar predecir donde se van a dar la vuelta los movimientos, y da igual que a la larga aciertes, porque vas a sufrir tanto que seguramente tengas que cerrar tu posición por el camino. Hay gente más fuerte que es capaz de estar equivocado durante años, mantener la posición y triunfar al final. ¡Eso es carácter! El problema para los que gestionamos es que puedes manejar cien millones de euros en el periodo en el que estás equivocado y que te queden 20 cuando aciertes. Nosotros desde luego no podemos jugar a eso, y debemos dar siempre preponderancia a la rentabilidad de nuestros clientes frente a nuestro ego.
Pero una cosa es gestionar y otra muy diferente es que sigamos usando el altavoz de estas epístolas para seguir diciendo sin tapujos lo que pensamos de la situación económica, más allá de lo que la cotización de los mercados marque. Y el abismo entre ambos no deja de ensancharse. Yo me encuentro en la edad en que mis amigos de generación empiezan a prejubilarse y mis hijos comienzan su etapa laboral, y ambos ejemplos no dejan de ser patéticos, y son una buena muestra del mundo al que nos encaminamos. De mi quinta (añada del 68) la mitad de mis amigos ya no trabajan, o lo hacen ya de forma parcial. Somos una generación que creo que tuvo suerte y pilló todo el boom de la entrada económica en Europa, la necesidad de efectuar inversiones en infraestructuras, el auge de los mercados financieros, y el maná de puestos funcionariales a lo largo y ancho de la piel de toro, pero que con un tercio de la vida por delante poco más van a producir para la sociedad, aunque suene un poco duro. De hecho, uno de ellos, que me llamó el miércoles al mediodía, se quejaba amargamente de que no podía jugar esa tarde en el Club de Campo al golf porque estaban todos los huecos llenos entre prejubilados y gente en ERTE.
En el otro lado tengo a mis hijos, recién licenciados: una arquitecta ganando novecientos euros al mes, a los que hay que descontar los trescientos cincuenta de cuota de autónomos, y otro periodista y licenciado en comunicación digital, trabajando por ciento cincuenta euros al mes en un grupo editorial nacional, a la espera de conseguir una hipotética zanahoria que le compense por sus esfuerzos presentes. ¡Y estos son los que tienen que pagar mi pensión!
Esta es la economía real que estamos construyendo, y que las montañas de deuda drogadicta que estamos creando impiden dar una respuesta veraz y contundente. Desde 1989, la gente por debajo de 40 años ha visto cómo su parte de la tarta de la riqueza nacional ha ido menguando progresivamente. Hace treinta años, tenían el 19% de la tarta y ahora apenas llegan al 9%. No me extraña el argumento de que, por primera vez en la historia, una generación va a vivir peor (económicamente hablando) que sus padres. Leía una estadística el otro día, que solo la mitad de los milenials ganaban más salario que sus padres (el gráfico empezaba en el 91.5% hace 30 años). Para desequilibrar más todavía la balanza, el acceso a la vivienda lo tienen mucho más caro, y su porcentaje sobre la deuda nacional empieza a ser un pellizco. La sociedad lleva años en una especie de conspiración, en la que todo se reduce a intentar salvar el presente (el que vota) a costa del futuro. Incluso los famosos estímulos no dejan de ser una prueba más de lo mismo. De hecho, ha lanzado una encuesta Deutsche Bank en Estados Unidos, donde se refleja que el 37% del dinero que se entregará en cheques en el plan de estímulos, irá directamente a comprar acciones. No parece la mejor forma de estimular una economía, cuando el dinero va a comprar activos viejos, pero es el bucle en el que nos hemos metido. Siguen sin darse cuenta de que la bolsa y la economía real llegan a ser activos sustitutivos a partir de un momento dado, y cada vez que se estimula la parte especulativa, tras un boom inicial, viene un estallido todavía más grande. No hay más que ver las declaraciones de la FED de esta semana, que siguen abogando por dar una cobertura a las inversiones bursátiles, manteniendo unos programas de compras de activos y tipos bajos que no parece que tengan final. Estas cosas, parece que no tienen efectos secundarios, pero al final siempre acaban teniéndolos, y no hay más que ver el flujo financiero que está volviendo a ir a commodities.
Una de las consecuencias claras de este panorama es que los inversores se están lanzando a comprar las acciones más susceptibles de dar un pelotazo, y rechazan las más defensivas, solamente porque tengan el apellido digital, bio-algo. Más del 80% de las empresas “novedosas” que están recibiendo estos flujos, seguramente no existirán dentro de cinco años, como ya vimos en el año 2000, y creo que es mejor no jugarlas, dado el momento en el que estamos, pero doctores tiene la iglesia.
Decía Hannah Arendt: “Una de las lecciones que nos dio el proceso de Jerusalén, fue que el alejamiento de la realidad y la irreflexión puede causar más daño que todos los malos instintos inherentes, quizá a la naturaleza humana”.
Buena semana,
Julio López Díaz, 25 de febrero de 2021