Área personal

Aviones Rusos

Julio López 6 Oct 2016

Durante la II Guerra Mundial la técnica rusa funcionaba de aquella manera. Una vez, inspeccionando un avión ruso derribado por el fuego alemán, se observó que el aparato era muy simple; tenía lo estrictamente necesario para volar y carecía de la multitud de instrumentos que llenaban el tablero de los aviones alemanes. Preguntaron a un aviador ruso prisionero: “¿Cómo es posible volar con estos medios tan arcaicos?”. El piloto contestó “Nosotros calculamos que un avión ruso vuela, por término medio, siete veces antes de ser derribado… ¿Para qué gastar tanto dinero por siete vuelos? ¿No es preferible construir el doble de aparatos primitivos que la mitad de aparatos perfectos?”

Esta semana estoy un poco más espeso y no me apetece darles mucho la cantinela con el monotema neurótico de todas las semanas. Total no hay muchas novedades en el frente. Así que hoy voy a hacer una de abuelo cebolleta. Y la historia anterior viene al caso, para resaltar en las presentaciones que hacemos de nuestro fondo, que le demos más importancia a las cosas simples que funcionan, que a una complejidad desatada de sistemas de trading. Que priorizamos el control emocional a una gran inteligencia matemática.

No sé si ustedes habrán pasado por la misma situación con la que yo me encontraba anualmente en el colegio de mis hijos. Una vez al año, los padres teníamos que ir a clase de nuestros hijos (5 años) y contarles un poco en qué trabajábamos.  Claro, cuando uno se dedica a lo que se dedica, el pánico es atroz, y me tenía sin dormir la semana anterior. Si tú eres bombero, policía, astronauta o futbolista, tienes a los niños entusiasmados con la boca abierta, los ojos brillantes y un montón de manos alzadas queriendo hacerte preguntas. Cuando trabajas en lo nuestro, la gota de sudor que te empieza a correr desde el primer segundo no te la quita nadie, y si encima la profesora a la que miras implorando clemencia se escuda escribiendo un whatsapp, sabes que te encuentras ante uno de los mayores fracasos de tu vida desde la petición de mano a tu mujer. El desencanto es terrible. Yo al segundo año lo vi claro y dije que era vate, y me pasaba la media hora contándoles historias sobre mitología o narrándoles las aventuras de Ulises, y la respuesta, por supuesto, era muy distinta. La situación no ha cambiado mucho desde entonces, y sigo sin poder describir nuestra profesión con algo de glamour. De hecho, mi hija pequeña sigue diciendo a sus amigas que no sabe muy bien qué hago, que tengo cuatro teles en la oficina, que me paso el día leyendo libros y que tenemos un masajista que va todos los jueves.

¿Por qué soy trader? (Nunca me he considerado inversor). Porque para un espíritu anárquico como el mío, este trabajo supone una de las últimas grandes fronteras de libertad en nuestro mercado laboral. Libertad para tomar decisiones, libertad para equivocarte sin poder echarle la culpa a nadie de tus errores, libertad para no soportar la aprobación de un comité de expertos cada vez que decido comprar o vender algo, libertad para buscar nuevos sistemas de trading. Porque el trading es como un pequeño cosmos en miniatura en el que se cruzan la economía y las matemáticas, pero también la psicología, la historia y la filosofía (lo que llamamos ciencias sociales). El mundo de la inversión, por el contrario, más emparentado con las ciencias e ingenierías, me aburre solemnemente, con sus pestañas y pestañas de hojas de cálculo intentado llegar a un número mágico que diga lo que vale una empresa. Después de veinticinco años de dedicarme a los mercados financieros asumo mi total ignorancia en ese campo. Soy incapaz de decir lo que debería valer una empresa. Pero la verdad, es que nunca me ha hecho falta. Las predicciones bursátiles son tan absurdas como innecesarias.  Al final, el mercado, simplificaba Livermore, “es sólo saber si hay más tontos que papel o más papel que tontos”. Cárpatos distinguía también dos tipos de jugadores en el mercado; los leones y las gacelas, siendo los primeros los que dirigen el cotarro y los segundos la masa de inversores minoristas. Nosotros nos identificaríamos más con un tercer animal: la hiena. No somos depredadores ni ponemos el suelo o el techo al mercado. Lo que intentamos es ir unos pasos por detrás de los felinos, y aunque no nos llevemos el solomillo, sí poder optar a un trozo de carrillera con el que alimentarnos todos los días y sobrevivir, y como la hiena de El rey León , con los ojos bizcos para que no ser revuelvan los leones y nos den un zarpazo. Y es ese juego tan humano de las pasiones llevadas al juego de los mercados, el que me emociona y atrae tanto. Larry Williams, uno de los mayores traders de la historia, siempre decía que no recomendaba a nadie el ejercicio de este trabajo. Tiene situaciones realmente perniciosas. Yo lo llamo el “síndrome del aficionado madridista”. No disfrutas casi nada cuando ganas, pero te agarras un cabreo de varios días (y noches) de no te menees cuando pierdes.

Es una profesión que, por el contrario, desarrolla algunas virtudes. La primera, el instinto de supervivencia. Describe Harare en su impresionante Sapiens, que el hombre empezó a erguirse para poder ver por encima de la maleza a sus depredadores (y eso que todavía no existían los Bancos Centrales). Somos escépticos por naturaleza, y tenemos claro que el mercado puede llevar a Telefónica a 5 ó a 30 en función de los ingredientes que hayan echado en la sopa. El estar preparado para lo imprevisible es otra virtud con la que tenemos que dotarnos. En la Bolsa, todo es posible. Incluso lo lógico. La tercera virtud que aprendes a desarrollar es la humildad. El mercado te enseña que cada vez que crees tener la llave de los mercados de valores, hay alguien que te cambia la cerradura. Siempre que crees dominar la materia, viene un movimiento inesperado que te vuelve a llevar al barro. De hecho, casi el 50% del tiempo estarás equivocado. Lo único que puedes controlar es cuánto pierdes cuando yerras y cuánto ganas cuando aciertas.

El otro día me preguntaba un cliente qué se puede hacer en estos momentos de mercado. Yo no tengo ni idea, con un nivel de confianza del 95% (que es la normal del mercado), y le comenté un caso curioso que había leído hace poco. Dos investigadores de la Universidad de Tel Aviv habían presentado un estudio sobre los penaltis en el fútbol. Habían recogido una muestra de más de diez mil casos y habían llegado a una curiosa conclusión. El mayor porcentaje de acierto de un portero, a la hora de parar las penas máximas, se hubiera conseguido si el portero no se hubiera movido. Es decir, el mayor porcentaje de los tiros iban por el centro de la portería, pero el porcentaje de acierto real era mucho menor, porque el portero solía optar por tirarse hacia uno de los lados. ¿Y por qué se tiraban los porteros siempre hacia uno de los lados? Por el miedo a que el público les increpe por no haberse movido. Esa regla maliciosa no escrita de que hay que parecer que “haces algo”. Yo sigo en mis trece, el mercado está en una situación en la que lo mejor es quedarse parado, porque los porcentajes actuales de acertar tirándonos a un lado u otro no son más elevados. El mercado americano lleva parado en un rango muy estrecho casi tres meses esperando ver cómo se resuelve la cuestión electoral. Vamos a esperar a ver por donde rompe. Hasta entonces, poco riesgo. Como decía un erudito de los mercados, “un inversor que tiene todas las respuestas ni siquiera entiende las preguntas”.

Como decía un amigo mío “¡Qué horror que te den soluciones cuando tú sólo quieres quejarte de tus problemas!”. 


Buena semana,

 

Julio López Díaz, 06 de octubre de 2016

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