Área personal

Prohibido escribir

Julio López 22 Sep 2016

En una disposición oficial del ayuntamiento de Madrid de 13 de julio de 1627, se  aconsejaba la limitación de libros que debían publicarse en el futuro, y la conveniencia de dificultar en lo sucesivo la aparición de libros nuevos, basándose en una razón que para el legislador no tenía vuelta de hoja: no convenía que se imprimieran más libros “porque ya se ha escrito bastante”.

Esto mismo me pasa a mi cuando tengo que escribir sobre los Bancos Centrales, pero aquí seguimos. Después de la destrucción del Templo de Jerusalén por Tito y la consiguiente diáspora de judíos por el orbe, cada vez que se juntaban estos judíos en celebraciones, al despedirse empleaban siempre una frase: “El próximo año en Jerusalén”. Con el mismo saludo se despide la FED en cada uno de sus comunicados, redactados, parece ser, por José Mota: “Hoy no, mañana”.

Esta historia no es mía, la contaba ya mi tatarabuelo las noches de otoño alrededor del fuego, y yo se la contaré a mis hijos. El papelón está siendo de órdago. La conclusión de todo esto es que no hay forma de salir del córner donde nos han metido estos caballeretes. Siguen sin darse cuenta que estamos ante el final de un ciclo económico de más de 35 años en el que todo el crecimiento lo hemos basado en el crecimiento de la deuda; se ha intentado chapotear y sacar la cabeza para respirar después de la ola que nos sepultó, y lo único que han encontrado para asirse es más deuda; y claro, es imposible darle la vuelta. Cada vez que intento normalizar las políticas monetarias el frontón me devuelve la pelota a mayor velocidad. Cualquier mínima subida de tipos se lleva por delante a muchas empresas que han jugado a la patada para adelante. La deuda gubernamental ha subido apenas un 75% desde el año 2007, pasando de los 33 billones de dólares a 58 billones. Total, no se va a pagar… Nos lo vendieron como un ganar tiempo para que los gobiernos hicieran las reformas necesarias para salir del marasmo (en aquellos lugares donde haya gobierno, claro) y aquí seguimos. Siempre me dicen que estaríamos peor si no se hubieran hecho estas cosas (algo así como la antítesis de la situación de Angelina Jolie de haberme conocido a mí, en vez de a Brad Pitt, que ahora estaría mucho mejor) pero yo tengo mis dudas. Y lo peor es que las empiezan a tener también ellos. De lo dicho este mes por los Bancos Centrales, lo más destacable es que, subliminalmente, han visto las orejas al lobo en sus políticas de tipos de interés negativos y parece que la han dejado aparcada. Lo primero para dejar de hacer el agujero más grande, es dejar de cavar. La situación a la que estaban llevando al sistema financiero era de quiebra técnica. Y eso es lo que les ha hecho pensarse las cosas dos veces (no han pensado, por supuesto, en que se han cargado las teorías económicas, que han liquidado al ahorrador o que la vida de las próximas generaciones está totalmente hipotecada). Y ahora se encuentran con la disyuntiva de cómo seguir soplando sin saltarse las leyes ¡Cómo si esto les hubiera frenado alguna vez! En definitiva, que tendremos otra semana, día u horas en los que la esperanza se impondrá de nuevo a la experiencia y los mercados volverán a apostar que hay que comprar cualquier tipo de activo financiero. Luego vendrán las preguntas de por qué la economía no reacciona a todos sus intentos de gaseosa. Y volverán a alzarse voces preguntándose si toda la situación de desigualdades a la hora de participar en la escasa tarta del crecimiento, no viene dirigida por estos personajes encerrados en sus torres de marfil manipulando sus hojas de cálculo.

La situación macro es la siguiente. El último dato de inflación subyacente en Estados Unidos ha sido del 2.3% (la inflación subyacente es la que deja fuera los precios de la energía y los alimentos, que se supone que son más volátiles) y el crecimiento del PIB puede estar alrededor del 2%. Si lo combinamos con las cifras de cuasi pleno empleo, tradicionalmente significaría que los tipos de interés deberían estar en la zona del 4.5%-5%. Deberían haber subido los tipos significativamente en el año 2014, pero les entró cagalera, y desde entonces van por detrás de la curva, amenazados por los mercados con todos los males del infierno porque el S&P 500 caiga un 3% después de haberse más que triplicado desde el año 2009. El problema es que esos datos esconden unas realidades más desagradables. Primero, ya saben que a mí la fijación en el PIB me parece una boutade. En todo caso me fijaría en una cifra PIB-Incremento de deuda (sigo pensando con inocencia e ingenuidad que se piensan devolver). Segundo, las cifras de desempleo bajo, vienen acompañadas de tasas de ocupación mucho menos brillantes (mucha  gente ha renunciado a trabajar y se conforma con las cartillas de alimentación para comprar en Wal-Mart). El ciclo económico de crecimiento está agotado, los márgenes de las empresas han empezado a caer, y los gastos de inversión de las empresas empiezan a ser negativos. Los beneficios de las empresas, aunque las cotizaciones no lo reflejen, llevan cayendo ocho trimestres consecutivos. El crecimiento puede definirse como Demografía + Incrementos de productividad. La segunda parte hace mucho que no crece. Todas estas circunstancias, cuando se han dado juntas, han llevado a recesiones en el 75% de los casos en los últimos 30 años como me manda en un informe Guillermo Hermida. Y ese es el conundrum al que nos enfrentamos, que diría Greenspan. La M-40 va fluida hasta que se produce un frenazo en la Avenida de los Poblados, que produce un atasco en la Carretera de Burgos de agárrate y no te menees. Y al ir a veinte por hora por miedo a chocarme con el de delante se forma una fila tremenda detrás de mí, que es lo que provoca al final el atasco que quería evitar.

Todo esto está muy bien, pero ¿cómo repercute en los mercados? Pues todas estas desgracias alimentan a los activos financieros. Siempre tengo presente el discurso de Diciembre de 1996 que Alan Greenspan leyó ante la American Enterprise Institution  for Public Policy Research (también en USA tienen gente para todo, que diría el torero):

“Claramente una inflación baja sostenida, implica menos incertidumbre sobre el futuro, y primas de riesgo bajas implican mejores precios de las acciones y otros activos productivos. Podemos verlo en la relación inversa exhibida por proporciones de precio/ganancias y la cantidad de inflación en el pasado. ¿Pero cómo saber cuando la exuberancia irracional ha escalado excesivamente los activos productivos, que entonces se convierten en el sujeto de contracciones inesperadas y prolongadas como ha sucedido en Japón en la última década?”

La famosa exuberancia irracional. En diciembre de ese año, el S&P 500 estaba en 760 puntos. Tres años y tres meses más tarde estaba en 1550. Había doblado su precio. Vimos múltiplos totalmente estratosféricos y me dio una lección fundamental: el timing lo es todo, y me dejó mucho tiempo libre para leer Historia, Filosofía y Literatura en lugar de análisis financieros y de empresas. Nunca le estaré lo suficientemente agradecido. Si lo miro como inversor, el panorama es desolador, y todos los activos están fuera de madre. Por otra parte, cumpliendo las leyes de movimiento de  Newton, si sobre un cuerpo no actúa ningún otro, este permanecerá indefinidamente moviéndose en línea recta con velocidad constante. Mientras no exista algo en el mundo que sirva como contrapeso a los Pol-Pot de los Bancos Centrales, no tenemos que esperar que cambien las cosas, y la estupidez llegue a cotas superlativas.

En fin, es una pena que todos los que podrían solucionar esto, estén en el paro o en Twiter.

Buena semana,

Julio López Díaz, 22 de septiembre de 2016

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