Tupolev
Durante la IIGM solo USA tuvo capacidad de fabricar bombas nucleares. Cuando terminó la guerra y se rompió la alianza con los rusos, un ansioso Stalin recibió un regalo maravilloso. Tres superbombarderos B-29, como los que destruyeron Hiroshima, se vieron obligados a realizar un aterrizaje forzoso y en lugar de territorio chino eligieron Vladivistok, creyendo que aún eran aliados los rusos. Fue un error calamitoso. Andrei Tupolev, el ingeniero aeronáutico de Stalin midió y fotografió cada uno de los ciento cinco mil componentes y copió el B-29 pieza por pieza. Tupolev produjo la versión rusa del bombardero, el Tu-4, que fue exhibida en Moscú en 1947. Con sus espías atómicos también activos, en un par de años más Stalin tuvo también su primera bomba atómica. Este “empate” tecnológico condujo a cuarenta años de guerra fría. Ahora, la parte mollar no es la armamentística, sino la tecnológica, y el empate es entre China y Estados Unidos, mientras que el resto de los países parece que van a estar agrupados en aquello que se llamaba “países no alineados”. Lo que parece claro es que ese dominio tecnológico marcará la próxima era.
Cada vez que hay una situación traumática en el crecimiento económico, podemos ver cómo ponemos en duda todos los planteamientos anteriores, y sirve para poder pensar un poco más y trasladarnos a un futuro un poco más alejado de lo que las pantallas de los mercados nos suelen dejar. Muchas veces, los cambios no son percibidos por los contemporáneos de cada momento, y sí reflejados de forma más clara e incontrovertible posteriormente, en los libros de historia. No sé si los romanos del siglo V vieron claramente cómo durante su existencia se pasó de un periodo imperial a la Edad Media, pero todos los demás le pusimos una fecha el año 476, con la caída de Rómulo Augústulo como último emperador. Seguramente, para casi la totalidad de la gente de entonces, no habría mucha diferencia con el año anterior o el año posterior. No sé qué importancia tendrá en los libros de historia el año 2020, y si será visto como el primer año de una nueva era, o simplemente un año en el que hubo un pequeñísimo parón en la actividad económica durante un trimestre, que quedaría en la memoria de cuatro historiadores de la economía. Normalmente, el futuro nunca se parece mucho a lo que escribimos en el momento.
Yo pienso algunas cosas que seguramente no se cumplan. Pienso que del coronavirus saldremos con un mundo más desigual que nunca. Esta desigualdad viene determinada por dos variables: una, como ya hemos mencionado, la tecnológica y otra, las políticas monetarias de los Bancos Centrales.
Si miramos el siglo XVIII, justo cuando empezó la Primera Revolución Industrial, India y China representaban aproximadamente la mitad de la riqueza mundial. Perdieron el tren del cambio, y pasaron a ser una parte muy pequeña del crecimiento económico mundial durante doscientos años. Europa se benefició casi por entero de esa revolución industrial. Ahora la situación puede ser la inversa. En el último mes, hemos podido ver cómo, ante un mundo que parecía desplomarse, algunas compañías han salido totalmente beneficiadas de esta crítica situación y de los cambios organizativos y sociales que se están produciendo. En cambio otras, con unas estructuras económicas que parecían sólidas, se han convertido en castillos de arena y la primera ola que ha llegado a la playa las ha desbaratado. Mientras que el comercio tradicional, herido hace tiempo, se ha visto obligado a cerrar, ha habido un enorme boom del comercio electrónico. Best Buy ha reflejado incrementos de sus ventas online del 250% durante el confinamiento en Estados Unidos. Una empresa como Zoom, que tiene una app para videollamadas colectivas, ha llegado a valer casi 50.000 millones de dólares, el doble que una empresa como Telefónica. La pregunta es siempre la misma: ¿Con todos los medios y la estructura que tiene Telefónica, no sabe (o si lo sabe, no lo sabe vender) acoplarse a estos cambios y peticiones de mercado, en cosas que parecen sencillas? ¿Se cumple que una empresa tiene un ciclo biológico, y después del crecimiento solo queda una línea descendente, más o menos pronunciada, hasta la decrepitud y la muerte?
En el tema monetario, aunque todos los países están siguiendo las mismas recetas -darle a la máquina de imprimir, que es más fácil que producir bienes- las consecuencias no son las mismas. La monetización de la deuda, ya sin tapujos ni eufemismos, tiene efectos diversos. Si lo hace Estados Unidos, reafirma la posición del dólar, si lo hace un país emergente devalúa su moneda, pierde riqueza y termina generando inflación. Y estas políticas crean dos efectos perversos. Por un lado, la gente ve mucho más rentable poner su dinero en activos financieros, y por otro, “parece obligar” a los Estados a tomar partido y ampliar su esfera de influencia. ¡Vaya alternativas! Un capitalismo de amiguetes, o un Estado paternal que otorga y quita subvenciones, salarios y pan. De acuerdo con Keynes, las recesiones tienen lugar cuando los ahorros no se invierten en fábricas y maquinaria, y la solución es que lo haga el gobierno, generando un déficit que se minorará cuando la economía se levante…, lo que pasa es que en la dinámica de los últimos cuarenta años esta segunda parte no parece llegar nunca, y en la nueva economía no está claro que el multiplicador del gasto público funcione. No teníamos en Estados Unidos unos niveles de endeudamiento tan alto desde la IIGM. Entonces, había muchas cosas que reconstruir y desembocó en un crecimiento que, si no minoró las deudas, al menos sí las hizo llevaderas. Y el Plan Marshall se hizo con 10.000 millones de dólares. Ahora lo cargamos de unos cuantos ceros más, pero todo ha sido una pérdida de poder de compra de cada dólar. Todavía en 1964, leía el otro día a otro historiador económico, la bajada de impuestos dictada por Lyndon Johnson había hecho llegar al conjunto de hogares americanos la “brutal” cifra de 25 millones de dólares diarios. El apartamento que adquirió Ken Griffin, el mandamás de Citadel el año pasado en Nueva York en el 220 Central Park South, costó 238 millones de dólares. Otra cifra comparativa: Apple ha recomprado en los últimos años 338.000 millones de dólares en acciones. Es una cifra mayor que la capitalización de 491 de las 500 empresas del S&P 500. Se ha llevado a su máxima expresión la parábola bíblica del denario enterrado. El que hubiera escondido su dinero para no perderlo, no tendría nada (también se puede aplicar a los fondos de pensiones españoles). Este panorama se ha vuelto más sombrío todavía en los últimos años con tipos de interés reales negativos que acrecientan el empobrecimiento de la mayor parte de la población, o el comportamiento de algunos sectores como el bancario, que vuelve a cotizar en valoraciones de 1987, después de haber caído un 83% nada menos desde su máximo de 2007.
Las malas noticias económicas se siguen acumulando, pero no termina de reflejarse en unas cotizaciones bursátiles que están en formato rebote y han recuperado gran parte de las pérdidas. Pensamos que este rebote está a punto de acabarse, y volveremos a ver más bajas las cotizaciones. Los mercados han recuperado un 50 por ciento de las caídas en Europa, y dos tercios en Estados Unidos. Esto ha llevado a una subida muy importante de las valoraciones (por encima de lo que estábamos en febrero) y no pensamos que se puedan ampliar. Las noticias de que los contagiados por Covid 19 alcanzaban picos y la extrema sobreventa apoyaron el movimiento, pero pensamos que el mercado terminará por darse cuenta, que será casi imposible una vuelta en V. Las peticiones de subsidio de desempleo de las últimas semanas han alcanzado los 30 millones en Estados Unidos, que es equivalente al 18% de su fuerza laboral (lo que no deja de ver lo alejadas y fuera de la realidad que están las previsiones extremadamente optimistas del Gobierno español, a pesar de la debacle que pudieran parecer las cifras). El consumo del primer trimestre americano (70% del PIB) ha bajado en un 7.6%, que se ha visto aminorado en las cifras totales por la subida de gasto público y las exportaciones. La diferencia de comportamientos entre el mercado americano y europeo vuelve a ampliarse, una vez más, por la diferencia de pesos sectoriales. Europa tiene una mayor ciclicidad (energía, bancos) frente a un mayor número de empresas de crecimiento en Estados Unidos. No parece que tampoco vaya a cambiar esto mientras no tengamos crecimiento económico.
Como resumen; las cosas van a cambiar mucho. Esta crisis ha puesto de relevancia varias cosas: la posibilidad de trabajar fuera del centro de trabajo es una de ellas. El ahorro de las empresas en metros de oficina, aparcamientos y otros gastos derivados, sin duda pesará a la hora de la toma de decisiones. Donde antes necesitaba 1500 metros, a lo mejor solo necesito la mitad. El sector inmobiliario debe estar tiritando. El sector educativo también lo va a hacer. Hay que reconocer cómo se han puesto las pilas los centros educativos después de Semana Santa, pero también traerá consecuencias. La actualización tecnológica del profesorado es la más importante, pero veremos también si trae aparejada una bajada de precios. Las universidades americanas habían multiplicado por 20 sus honorarios en los últimos cuarenta años. No sé si no asistiremos a una competencia feroz y una deflación importante a partir de ahora. El transporte también cambiará, pero creo que con una figura distinta de la que traíamos antes de la crisis. La caída del precio del petróleo ralentizará, desgraciadamente, el cambio hacia un modelo más limpio, mientras que el transporte público ha quedado algo tocado con la pandemia. Según el RACE, la vuelta a la normalidad vendrá acompañada de una subida del 20% del transporte privado, con un efecto bastante perjudicial para la contaminación. Pero la mayor clave económica será el efecto que tendrá sobre el consumo lúdico, si viajaremos menos o iremos menos de bares.
En fin, lo iremos viendo. Como decía Les Luthiers, todo tiempo pasado…fue anterior.
Buena semana,
Julio López Díaz, 4 de Mayo de 2020