Área personal
Francisco de Quevedo

Quevedo

Julio López Díaz 20 Abr 2020

Se le atribuye a Francisco de Quevedo y al rey Felipe IV un debate sobre el valor de la disculpa. El monarca sostenía que cualquier ofensa quedaba lavada por una disculpa. El escritor alegaba que una disculpa deshonesta o mal planteada puede resultar peor que el hecho por el que se pide perdón. El rey retó a Quevedo a ofenderlo y encontrar una disculpa que resultase peor que el propio agravio. Apenas se dio la vuelta, el poeta puso las manos en las nalgas del rey. No bien repuesto de la sorpresa, Felipe IV escuchó las siguientes palabras: “Perdón Señor, pensé que era la reina”.

No dejaba de pensar en esta anécdota, sentado delante del televisor, viendo a algún político dando explicaciones en televisión sobre la pandemia. El nivel de tomadura de pelo y de hartazgo es ya tan grande que he disminuido casi a cero la dosis diaria de telediarios, he intentado encauzar la energía hacia otro lado. El confinamiento también tiene cosas buenas. Uno de los problemas que siempre te planteas en vacaciones es cómo poder convivir de forma intensa en familia durante una o dos semanas. Después de cinco o seis semanas sin salir de casa, caes en la cuenta de que el ser humano, ante situaciones complicadas, saca lo mejor que tiene y sobrepasa los propios límites de resistencia que tenía prefijados. Se adapta a lo que venga mucho más rápido de lo que pensaba, y parece retornar a aquellas primeras semanas de noviazgo en el que se vuelve creativo, comprensivo, pensando en el otro por encima de uno mismo. ¡Que ni tan mal, que diría mi hija! El tiempo se aprovecha mejor, puedes leer todos esos libros que tenías en el pit lane y que la velocidad del día a día postergaba continuamente. Ahora mismo, por ejemplo, tengo desperdigados por el salón cinco libros que alterno según el estado de ánimo. Auge y caída de Adán y Eva, de Stephen Greenblatt, El hijo del siglo, de Antonio Scurati, sobre el ascenso del fascismo al poder en Italia, Crash, de Adam Tooze sobre la crisis de 2008, Historia de la Economía, de Niall Kishtainy (muy fácil de leer y relativamente corto para los que quieran iniciarse en el mundo de la economía) y alguna novela que sirva como desengrasante. Esto lo combinas con ver gráficos de los valores, alguna partida de ajedrez, alguna serie, el aprendizaje gastronómico típico y partida de cartas familiar nocturna, y el tiempo pasa sin que te des cuenta ni eches de menos tener perro. Y sí, no nos vamos a engañar, tener a la suegra confinada también hace que veamos el mundo de forma más relajada.

También nos hace meditar sobre todo lo que está pasando y, sobre todo, cómo volverá a ser el mundo a nuestra vuelta. El mundo financiero sigue siendo un mundo curioso. La imagen de la semana podría ser un instante grabado en la CNBC. De fondo una gran pantalla con un titular brutal “La mejor semana del Dow Jones desde 1938”. Debajo en pequeño, “más de 16 millones de americanos han perdido su trabajo en las últimas tres semanas”. Una noticia que puede resultar escandalosa para los profanos, pero que no sorprende tanto a los que “cantamos” permanentemente el funcionamiento de los mercados financieros. El alejamiento del mundo económico real y el matrix financiero sigue expandiéndose. Se junta con un dato curioso: Desde 1990, el top 1% de los americanos ordenados por riqueza, han comprado 1,2 trillones en acciones y fondos de inversión, mientras que el 99% restante ha vendido un trillón de dólares. Cada nueva intervención “salvadora” de los Bancos Centrales se refleja inmediatamente en los bolsillos de los sospechosos habituales. Las medidas de los Bancos Centrales se desparraman instantáneamente en forma de impresión de dinero y liquidez que siempre termina yendo a activos financieros, mientras que las medidas fiscales se tarda meses en implementarlas. Mientras el gobierno americano entregará 1.200 dólares a cada ciudadano, los 43.000 contribuyentes que ganan más de un millón de dólares anuales, recibirán cada uno de media 1.7 millones de dólares en beneficios fiscales en el paquete aprobado por Trump. Si recordamos los años anteriores a la Gran Depresión de 1929, tenemos ejemplos parecidos: Durante el gobierno de Coolidge, ejercía como secretario del Tesoro André Mellon, que se pasó la mayor parte de su vida laboral autorizando bajadas de impuestos que, de manera conveniente, aumentaban su riqueza personal. Según el historiador Arthur Schlesinger, con un solo cambio en la legislación, Mellon permitió un recorte en los impuestos que supuso tanto ahorro para su bolsillo como el que gozaba toda la población de Nebraska. Mellon pedía al Servicio de Impuestos Internos que le mandaran a los mejores trabajadores para prepararle las declaraciones de la renta, con el fin de que tuviera que pagar lo mínimo posible.

Ante una grave crisis financiera que amenazaba intereses sistémicos, se ha descubierto que vivimos en una época de gobiernos grandes, no limitados, de medidas ejecutivas a gran escala, de intervencionismo que tiene mucho más en común con las operaciones militares, que con la gobernanza sujeta a la ley. Esto pone de manifiesto una verdad esencial, cuya negación había determinado todo el desarrollo de la política económica desde los años setenta. Las bases del sistema monetario moderno son irreductiblemente políticas. Cuando pensamos en términos económicos algunas decisiones que se toman en las grandes esferas, nos equivocamos permanentemente. Los intereses políticos y propagandísticos del poder están por encima de las leyes económicas, y desgraciadamente del resto de las leyes que marcan sus ordenamientos jurídicos. Y esta conclusión la podemos por todo el mundo e independientemente del signo político del gobernante. Los Bancos Centrales están funcionando fuera de su ordenamiento jurídico y nadie es capaz de decir nada. La Reserva Federal americana (que además, no debemos nunca olvidar es una institución privada, cuyos principales accionistas son los propios bancos comerciales) está atribuyéndose cosas para las que no está capacitada por estatutos. La frase atribuida a Maquiavelo, que no escribió, de “El fin justifica los medios” impera sobre todo. Siempre lo urgente sobre lo importante. Y como el trasatlántico ha emprendido una dirección que parece que no se puede cambiar, alimentada por el combustible de la deuda y la impresión de dinero, parece que lo único que se puede hacer para superar la ola que nos viene de frente, es doblar el alimento de las calderas. Lo demás no importa. No hay que ver más que las declaraciones de la gobernadora de la FED de Cleveland, Loretta Mester: “La FED no tiene que estar ahora pendiente del riesgo moral”. La cruda verdad sobre la historia política de la inyección global de liquidez de Ben Bernanke era que implicaba entregar billones de dólares en préstamos a una camarilla de bancos que habían provocado la crisis, a sus accionistas y a sus directivos con remuneraciones escandalosas.

Sobre el mercado, poco más que añadir. Los bancos de inversión siguen cambiando de opinión cada semana, y siguen atribuyéndose los poderes nigromantes de saber lo que va a suceder. Siempre están seguros. Hace tres semanas que nos íbamos al carajo, y ahora, que todo va a ir bien. ¿Queda alguien que pague por recibir los informes de esta gente, realmente? Nuestra visión no ha cambiado. No tenemos visión. El mundo no ha cambiado en estas dos semanas, ni la niebla se ha disipado. Solo tenemos los intentos de muchos gobiernos de volver a la normalidad como si no hubiera pasado nada, pero no sabemos qué efectos tendrá sobre la extensión posterior de la pandemia. Decir que la curva de contagiados está disminuyendo cuando está todo el mundo encerrado en casa, no deja de ser un canto al sol. Las ayudas que están dando los gobiernos (fundamentalmente líneas de créditos y avales) no van a impedir la insolvencia y cierre de muchos negocios. Tampoco que se dispare la morosidad en los bancos. En estas dos semanas hemos visto cosas dispares en los mercados. Mientras Europa, tras un rebote previo a Estados Unidos, está ligeramente por encima de hace tres semanas, la recuperación de los mercados americanos ha sido bastante importante, llegando a recuperar el 61% de la caída en el S&P 500 y volver el Nasdaq a estar en positivo en el año. La apuesta por las tecnológicas sigue siendo tremenda, mientras que los bancos han vuelto a los mínimos de marzo, y el petróleo en USA está marcando hoy niveles por debajo de los 15 dólares. El 22 por ciento de la capitalización del mercado americano se concentra en tan solo cinco empresas tecnológicas. Pero a pesar de toda esa “tecnología”, su principal fuente de ingresos sigue siendo el mercado publicitario. Se antoja complicado que cuando muchos de los anunciantes son pequeñas y medianas empresas ávidas de posicionamiento, que pagaban opíparamente por ello, van a pasar por una crisis de supervivencia, estas grandes empresas puedan mostrarse invulnerables a pesar de que desaparezcan muchos competidores, como puede ser el caso para Amazon. El mercado está, a pesar de las caídas, a su nivel de valoración más alto del año. Puedo entender que los resultados de un único año sean solo una parte de la valoración de una compañía, pero también soy profundamente escéptico ante muchos análisis que no retocan los beneficios futuros, considerando la situación como algo temporal y de fácil recuperación. Muchas cosas no serán (no pueden serlo) igual que antes.

Cada vez que ha habido una crisis se ha pagado de dos formas, o con subida de impuestos o con inflación. Las medidas que se están implementando no van a salir gratuitas. Como dice un sabio indio: “Aquel que tira sus inmundicias al río, el rio lo espera a que regrese con sed”.

Buena semana,

Julio López Díaz, 20 de Abril de 2020

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