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Newton

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Julio López y Daniel Varela 28 Sep 2017

En el invierno de 1696 ocurrió en Londres un célebre episodio de la historia de la ciencia. Johann Bernoulli convocó un concurso para resolver dos problemas matemáticos y fijó un plazo de seis meses para su resolución. Sólo Leibniz resolvió uno de los dos, y de manera penosa. El plazo se prorrogó otros seis meses. No sirvió de nada. Edmund Halley se percató de que Isaac Newton no había sido informado del desafío y, a las dos de la tarde del 29 de enero de 1697, se personó en casa del sabio para presentarle los problemas: Newton dijo que más tarde los estudiaría. A las cuatro de la madrugada había resuelto ambos, y a las ocho de la mañana del 30 de enero envió las demostraciones en una carta sin firmar a Bernoulli, quien, apenas leyó las soluciones, dijo estar seguro de que el anónimo vencedor era Newton. Preguntado por cómo podía saberlo, respondió con la célebre frase: “Tanquam ex ungue leonem”. O sea, “porque reconozco las garras del león”.

Ahora que los mercados financieros tradicionales se asemejan a bodegones y sus naturalezas muertas, con una volatilidad en el subsuelo (hace tiempo que dejamos de intentar ponerle suelo), la atención de todos los jugadores y traders del mundo se lleva dirigiendo hace mucho tiempo a las criptomonedas, y en este movimiento se ven las “garras” de algunos.

El 1 de septiembre, el Bitcoin alcanzó un nuevo máximo histórico en los 5.000 dólares. Y a partir de ahí, sufrió un colapso hasta alcanzar los 3.000 dólares en apenas dos semanas. En estas dos semanas, el acoso fue tremendo y exageradamente aireado en prensa, con un fin claro de destruir la confianza en el dinero descentralizado. Es más, parecía un ataque sumamente bien coordinado.

Antes de continuar, y para hacer clara nuestra falta de objetividad, tenemos que decir que mantenemos una fe absoluta en el posicionamiento a favor del Bitcoin (otras criptomonedas, entre ellas ethereum, nos provocan alguna duda)

Como alguno ha reflejado de forma muy gráfica, a modo de La Guerra de las Galaxias, parecía una batalla entre el Imperio centralizador y una descentralizada alianza rebelde. Una batalla de la libertad contra el control, de la gente contra un selecto grupo de poder (le pongo la banda sonora de John Williams y me vengo arriba). La cosa empezó en China arremetiendo contra las ICOs (Initial Coin Offering), declarando que esta forma de levantar capital era ilegal. Las ICOs funcionan en la práctica como OPVs de acciones. El inversor que acude a dichas ofertas paga (normalmente mediante Ethereum) y recibe unidades o tokens de la criptomoneda en cuestión. Se cuentan por cientos y cada una presume de tener unas cualidades totalmente novedosas y distintas al resto. Lo que todas comparten, es la falta de transparencia y la posibilidad de los promotores de saltar del barco cuando consideren oportuno, sin que el pasaje les vea.

A fecha de hoy, 27/09/2017 cotizan 1.128 criptomonedas. Seguramente esa cifra no ha llegado todavía a su cumbre, pero también pensamos que más del 95% de las mismas son morralla y terminarán por explotar. La capitalización actual de Bitcoin es de 68.000 millones de dólares, una cifra que parece muy elevada, pero que es solo ligeramente superior a lo que capitaliza una empresa como la automovilística Daimler. El Banco Central Europeo mete cada mes en el sistema 60.000 millones de euros mediante su programa QE. Ahora mismo existen 16.590.000 de bitcoins y el máximo posible son 21.000.000. Quedan pues por minar (crear un bitcoin nuevo) apenas 4.500.000 y el último se minará sobre el año 2.140 En el caso de la segunda criptomoneda más usada, ethereum, su capitalización es de 28.000 millones de dólares (la misma que Repsol), y hay emitidos alrededor de 94 millones de unidades, pero a diferencia de Bitcoin, no tiene fijado un límite.

Pero sigamos con el hilo conductor de lo visto en esas dos semanas que “vivimos peligrosamente”. Al principio, se pensó que la congelación de las ICOs iba a ser solo temporal y con una finalidad de emitir algún tipo de guía, o legislar algo que sirviera como protección a los inversores. Pero no fue así, sino que fue solo el comienzo de lo que venía. A continuación se pudo ver una noticia en el Wall Street Journal, citando como siempre “fuentes familiares con la operación pero que quieren guardar su anonimato”, que China planeaba derribar todos los lugares de contratación de criptomonedas. Ahí empezó el pánico. El Banco Central de China emitió una declaración atacando a esos exchanges por operar sin licencia (cosa que habían estado haciendo durante años). Básicamente cambiaron las reglas de juego a mitad de partido. A esto se le unió una declaración de Jamie Dimon, CEO de J.P. Morgan, diciendo que Bitcoin era un fraude peor que el de los tulipanes.

¡J.P. Morgan y el Banco de China juntos en el mismo lado del campo de juego! No me digan que no se pone emocionante la trama. El país más transparente y claro del mundo, y uno de los bancos originadores de todos los fraudes de CDOs, CLOs y demás productos enlatados exóticos que llevaron a la crisis del 2008. Desde luego, pocos saben más de fraude que ellos.

Los Bancos Centrales, que emiten dinero del aire, se quejan de que hay otros que hacen lo mismo…Y luego además se acrecienta el histrionismo cuando dicen que los bitcoins terminarán siendo utilizados por terroristas o narcotraficantes. ¿No usan acaso dólares emitidos por la Reserva Federal para lo mismo? Al final, hablamos de quién tiene el monopolio (no exageremos, es más un oligopolio) de la emisión de dinero. En estos últimos años, hemos visto como los jugadores más cercanos a la emisión de cromos son los que más se han beneficiado de la supuesta recuperación económica. Hay muchos que se han lucrado como intermediarios, pero ¿Qué pasaría con ellos en un mundo descentralizado? 

Las causas para destrozar la fe en el dinero centralizado están meridianamente claras. No en vano, las características deseables para el dinero, desde que nace para abandonar el trueque son: que no se pueda fabricar por cualquiera, que sea limitado, que no pueda falsificarse, que sea divisible y fácilmente transportable. Bitcoin cumple con todas ellas y además está a salvo de la codicia humana, que ya en la antigua Roma quitaba cada vez más plata de cada sestercio. Y todo esto sin hablar del blockchain y todas las posibilidades tecnológicas que van a transformar el mundo que conocemos y que daría para unas cuantas epístolas más.

Vires in Numeris.


Buena semana,


Daniel Varela y Julio López Díaz,   28 de septiembre de 2017

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