Área personal

Dickens

Julio López 6 Jul 2017

Dickens sufría un trastorno obsesivo-compulsivo: cambiaba el mobiliario de sitio constantemente y se negaba a escribir en una sala en la que las mesas y las sillas no estuvieran perfectamente ordenadas. Tenía la asombrosa capacidad de buscar el lugar preciso para cada mueble y se pasaba horas cambiándolo de sitio hasta que quedaba como quería. Cuando lo invitaban a una casa o estaba como huésped en un hotel de postín, lo primero que hacía era reordenar  su habitación para adaptarlo a su plan interior. Aún más extrañas que su obsesión por la pulcritud eran sus supersticiones. Tenía que tocarlo todo tres veces, consideraba el viernes su día de la suerte y siempre se marchaba de Londres el mismo día en el que publicaba la última entrega de una de sus novelas. Lo más curioso de todo eran sus hábitos nocturnos: tenía que dormir con la cara orientada hacia el polo norte. Según creía, el alineamiento con los campos magnéticos terrestres fomentaba la creatividad.

La sensación que predomina ahora mismo entre los operadores de mercado es que alguien está cambiando las cosas de sitio y nos estamos quedando descolocados; estamos en un cruce de caminos, y no sabemos si tenemos que coger el camino que continúa ascendiendo o tenemos que coger el que baja hasta el valle. La misma duda que manifiestan continuamente los directores de los bancos centrales, que han introducido en todos sus últimos discursos de forma prolífica los adjetivos transitorio o momentáneo. Según la RAE, es algo pasajero o temporal, perecedero o fugaz, que cuando se refiere a una magnitud, es lo que varía entre dos regímenes estacionarios consecutivos durante un corto intervalo de tiempo. Y es en esta última apreciación donde se dan todas las disputas entre los economistas. El principal temor es qué va a pasar con la inflación. La gente no termina de explicarse por qué con pleno empleo no aparece. Una vez más, la economía nos demuestra el riesgo de acotarla a modelos económicos basados en las matemáticas. Como dice El-Erian “Durante estos últimos años, la economía mundial ha evolucionado de manera que antes considerábamos sumamente improbable. Se trata de un fenómeno que continúa en nuestros días y que se agudizará en los tiempos que vienen”. El modelo que al final se ha vuelto a seguir es el menos traumático y doloroso, el recurso a la deuda y al apalancamiento, esperando que la inflación lograra reducir el esfuerzo de pago con el paso del tiempo.

Los Bancos Centrales, tras responder a una emergencia tras otra, han dejado de lado sus enfoques convencionales y en su lugar han evolucionado a experimentadores de políticas en serie. A menudo, contra lo que se esperaría de instituciones tan obsesionadas con la tradición, se han visto impulsados a recurrir a instrumentos políticos no verificados. Y como a menudo sus expectativas de unos mejores resultados no se han cumplido, muchos han sentido la necesidad de aventurarse aún más a fondo en terrenos y papeles políticos desconocidos.  Aparte de reducir tipos, comprar bonos, trabajaron activamente para manipular las expectativas de los inversores y las decisiones de cartera. Y ahora se asustan porque, al no haber cumplido con las expectativas, les da auténtico pánico no tener ningún armamento para combatir la siguiente crisis, por eso intentan contrarreloj rellenar de nuevo el arsenal antes de que vuelvan a atacar los arapahoes.

En 2010, en un discurso que marcó un antes y un después en la política monetaria estadounidense, porque se pasó de buscar la normalización de los mercados primarios, a asumir la responsabilidad primaria y abrumadora de lograr crecimiento económico, creación de empleo, inflación baja y estable, y estabilidad financiera general. ¿Cabía la posibilidad de que la prolongada experimentación por parte de los bancos centrales, así como su voluntad de seguir trabajando, desincentivara el esfuerzo de los políticos y de otras entidades a cargo de las políticas económicas? ¿De que la repetida atribución de precios artificiales a los activos financieros, sostenidos por la liquidez de los bancos centrales y por la percepción generalizada de que estos favorecían a los mercados, condujera a una asunción de riesgos excesiva y a asignaciones erróneas de recursos que socavaran el crecimiento y la estabilidad? ¿De que se produjera un salto en la inflación? ¿De que los bancos centrales se vieran forzados a aligerar unos balances contables cada vez más abultados, a destruir valor y desestabilizar los mercados financieros? ¿De que la inestabilidad frenada diera paso a una dañina inestabilidad inestable?

Hasta qué punto, en vez de facilitar un desapalancamiento ordenado y gradual en el contexto de una economía mundial en crecimiento, acabarían por permitir una acumulación de deudas adicional que dejaría el crecimiento de las economías occidentales empantanado en un malestar todavía más profundo, aparejado con una inestabilidad financiera recurrente que alteraría el bienestar económico de los países del resto del planeta, incluidas las economías en desarrollo bien gestionadas.

Cuando comenzó la política de “transparencia” de los Bancos Centrales, muchos economistas pensaron que habían ido demasiado lejos. Cuanto más informara de sus decisiones a los mercados, mayor sería la proclividad de los inversores a aceptar riesgos, y a aceptarlos en niveles excesivos. También sería mayor el riesgo de dislocación de los mercados cada vez que los directivos de la Reserva Federal quisieran cambiar el rumbo, sobre todo si lo hacían sin previo aviso. Así, la transparencia pasaría de ser un estímulo para la elaboración de políticas a poner en peligro la efectividad de las políticas de la propia Reserva.

Muchos lugares como Dubái, Islandia, Irlanda, Suiza y otros, trataron de sacar provecho de las finanzas para escapar de las limitaciones domésticas ocasionadas por sus pequeñas dimensiones económicas, mediante el apalancamiento y la internacionalización de sus instituciones financieras. También quedó claro, primero poco a poco y luego con temible aceleración, que las autoridades nacionales se veían atrapadas en un horrible círculo vicioso: o rescatar a los delincuentes de las finanzas con el dinero de los contribuyentes, o permitir una debacle financiera que habría causado daños todavía más grandes a una economía real que ya se hallaba en mala situación.

Por mucho que se esforzaran, no estaba claro si los bancos centrales lograrían situar firmemente a las economías en un camino sostenible de crecimiento elevado e inclusivo, y de estabilidad duradera en las finanzas, ni si podrían abandonar su modo hiperactivo, sin que con ello surgieran nuevos problemas económicos e inestabilidad financiera. Se puede también argumentar, que han actuado cada vez menos como instituciones monetarias y cada vez más como agencias cuasi fiscales, y por ello no está claro cuáles son los riesgos que sufrirán a causa de la independencia que han conseguido con tanto esfuerzo y de la crucial autonomía operativa que está asociada a esta última.

Una expansión económica que repetidamente se muestra inadecuada y desequilibrada, y refleja tendencias cíclicas de larga duración y estructurales desfavorables, pone de manifiesto que muchas de las economías avanzadas aún adolecen de la falta de modelos de crecimiento apropiados.

Hay un exceso de ahorro que resulta del choque permanente del desapalancamiento, una población más lenta y un crecimiento de la desigualdad. Así, el crecimiento se frena una y otra vez, y las economías pueden terminar en un largo parón en el que las normas económicas  habituales quedan invertidas.

Tenemos que enfrentarnos a reformas estructurales, demoradas en exceso, para la renovación de los motores de crecimiento; la no coincidencia, dentro de la demanda agregada, de la capacidad y la voluntad de gastar; un sobreendeudamiento persistente que socava la capacidad productiva ya existente y la de nuevo cuño; y la no terminación del proyecto de integración regional europeo, así como otros cuellos de botella multilaterales.

Veremos en qué quedamos. Groucho Marx decía que todos los hongos son comestibles, algunos de ellos una sola vez…

Julio López Díaz, 06 de julio de 2017

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